27 de octubre de 2012

Siria: violencia y martirio

Los enfrentamientos en Siria llevan ya casi dos años, pero se han recrudecido violentamente en los últimos meses. El martirio del sacerdote ortodoxo Fadi Haddad el pasado 25 de octubre, el atentado terrorista perpetrado durante su funeral al día siguiente, y los diversos ataques que tuvieron lugar el mismo día, violando la tregua anunciada con motivo de la celebración musulmana de la Fiesta del Sacrificio, hacen volver nuevamente nuestra atención a la situación que viven miles de personas en la región.

Enfrentamientos y violencia


Los conflictos tuvieron su inicio a fines de enero de 2011, con las manifestaciones populares que demandaban profundos cambios en el gobierno, plena democracia y plena vigencia de los derechos humanos, al igual que en otras protestas en la región (Túnez, Egipto, Libia). Sin embargo, el levantamiento popular y los enfrentamientos sociales y políticos desataron una reacción de luchas armadas y ataques terroristas por parte de las tropas sirias, fuerzas de seguridad y otros grupos armados. Según las estimaciones, más de 7 000 civiles han sido asesinados y otros tanto han sido heridos de gravedad; entre 9 000 y 15 000 personas han sufrido detenciones ilegales, secuestros con fines terroristas o se encuentran desaparecidas. Más de 70 000 personas han tenido que abandonar sus ciudades y buscar refugio; entre ellas, se estima que unas 25 000 han emigrado a otros países.

Martirio


El 19 de octubre la noticia del secuestro del sacerdote ortodoxo Fadi Haddad, mientras participaba de una misión humanitaria con el fin de rescatar a un miembro de su parroquia en Qátana (Siria) secuestrado días antes, recorrió el mundo. El 25 de octubre su cuerpo fue hallado sin vida, desfigurado por las torturas, al norte de la ciudad de Damasco.

Con motivo de su martirio, el Patriarcado de Antioquía dio a conocer un sentido comunicado, del que recogemos algunos párrafos:

«Nos dirigimos al Dios Altísimo buscando Su misericordia y perdón, pero al mismo tiempo, condenamos en los términos más enérgicos este acto bárbaro y salvaje, y el atentado brutal contra civiles, personas inocentes, y clérigos que buscan ser mensajeros de paz, reconciliar los corazones, curar las heridas de los doloridos, consolar a los entristecidos, fortalecer a los débiles en estas circunstancias difíciles. Expresamos nuestro profundo dolor por lo que vive nuestra patria de actos deplorables que nunca acontecieron en su larga historia con una rica experiencia basada en el amor, la cooperación, la paz y la armonía.

Hacemos un llamamiento a todos los ciudadanos, los organismos humanitarios y todos los hombres de buena voluntad y los que están animados con buenas intenciones, quienes son la mayoría de nuestro pueblo bueno, pacífico y amante de la vida, para que se unan a nosotros en la denuncia y la condena de lo que está sucediendo: secuestros, asesinatos, destrucciones, robos y atentados contra la seguridad de los ciudadanos. Invitamos a todas las personas, y entre ellos a los hombres religiosos, al diálogo, la paz y la armonía. (...)

Nos dirigimos a nuestros hijos para asegurarles que somos los hijos de la Resurrección y la Vida, porque nuestro Señor nos ha enseñado, diciendo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6). Somos también los hijos de la esperanza, la cual es capaz de derrotar todo sentimiento de debilidad humana. Les recordamos también que la crucifixión del Señor ha precedido Su resurrección de entre los muertos, y que el camino del Gólgota dio lugar a la efusión de la vida de la tumba de Cristo y a la luz de la resurrección gloriosa del Señor».
El texto íntegro del comunicado puede leerse en el sitio de la Arquidiócesis de Buenos Aires y toda la Argentina, de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía.

Nuevos atentados


Pero la violencia ha continuado. Durante las exequias del P. Fadi Haddad, la explosión de una bomba produjo nuevas víctimas (al menos dos civiles y varios militares), y volvió a conmover a los cristianos reunidos junto al Patriarca Ignacio IV Hazim, que poco antes había presentado al Padre Haddad como "mártir de la reconciliación y la armonía".

Mientras tanto, en toda Siria, una decena de atentados y enfrentamientos sumó al menos otro ocho muertos y decenas de heridos, en lo que se suponía sería una tregua de paz con motivo del inicio de la festividad musulmana de Eid al Adha o Fiesta del Sacrificio (que conmemora el sacrificio de Abraham). En la capital, Damasco, hubo tiroteos y la explosión de un coche bomba; y en ciudades y aldeas de todo el país, el ejército local continuaba sus ataques y bombardeos.

Testigos del Dios de paz


El comunicado del Patriarcado de Antioquía, que citamos más arriba, dirigía a las y los creyentes en Cristo un llamado a confiar, invocar y testimoniar al Dios de paz, en medio de la violencia y también en medio de la esperanza de dejar a las generaciones venideras una Siria de paz y justicia. Con esta antigua oración de la tradición siria, que data de finales del siglo IV, podemos pedir:
Dios, tú eres el insondable abismo de paz,
el indecible mar del amor, la fuente de toda bendición
y quien concede toda mutua estima;
tú que envias la paz a quienes la reciben...,
haznos hijos de la quietud y herederos de paz,

enciende en nosotros el fuego de tu amor,
siembra en nostros el fiel respeto hacia ti,
fortalece nuestra debilidad con tu poder,
y acércanos a ti y los unos a los otros
en el lazo firme e indisoluble de nuestra unidad.





18 de octubre de 2012

Declaración del Sínodo de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata


Entre el 11 y el 14 de octubre pasados, nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Evangélica del Río de La Plata (IERP) han celebrado su 40.ª Conferencia Sinodal y 17.ª Asamblea General Ordinaria, bajo el lema: «Por ti, mi Dios, cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor».

Al concluir las asambleas, han hecho pública esta declaración que les invitamos a leer en el sitio de la IERP. [enlaces externos]





Homenaje al Obispo Federico Pagura





  • Escuchar Tenemos Esperanza, letra de Federico Pagura y música de Homero Perera, interpretado por la Escuela de Música del ISEDET (Bs. As., Argentina). [enlace externo: YouTube]



16 de octubre de 2012

Conferencia Ecuménica global: Hacia una economía justa

Entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre, la ciudad de São Paulo (Brasil) acogió la Conferencia Ecuménica Global sobre una Nueva Arquitectura Económica, que reunió a unos sesenta delegados de diferentes iglesias y organismos, teólogos, especialistas en distintas ciencias sociales y personas comprometidas en el esfuerzo común por el fin de la pobreza. La Conferencia fue convocada por iniciativa de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR), en colaboración con el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y el Consejo para la Misión Mundial (CMM).


Al final del encuentro se dio a conocer un documento que contiene un llamamiento enérgico a frenar el consumo excesivo y la codicia, como claves para una distribución más equitativa de los recursos mundiales, y da voz a la exigencia de avanzar hacia un nuevo sistema financiero más justo y más humano. El texto íntegro del documento final puede leerse aquí [inglés, enlace externo].

A continuación reproducimos el comunicado de prensa final, con un breve resumen de la Asamblea.



Teólogos y economistas exigen nuevo sistema financiero que ponga freno a la codicia


9.10.12 [Publicado conjuntamente por el CMI, la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas y el Consejo para la Misión.]

Los teólogos, economistas y demás personas que abogan por el fin de la pobreza se reunieron en Brasil para elaborar los principios de un nuevo sistema económico global. Del encuentro emergió un documento en el que se mencionan el consumo excesivo y la codicia como factores claves a considerar en la búsqueda de una distribución más justa de los recursos mundiales.

La declaración se dio a conocer el viernes en el cierre de la Conferencia Ecuménica Global sobre una Nueva Arquitectura Económica que se llevó a cabo en Guarulhos, en las afueras de São Paulo.

La conferencia que organizó la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR) en colaboración con el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y el Consejo para la Misión Mundial (CMM) reunió a sesenta delegados desde 29 de septiembre hasta 5 de octubre.

La inclusión social, la justicia de género, el cuidado del medio ambiente y las acciones concretas para superar la codicia fueron mencionadas como pautas concretas para una nueva arquitectura económica y financiera.

“Los gobiernos y entidades internacionales deberían reemplazar el crecimiento PBI como indicador principal del progreso de la economía por otros, como el aumento del trabajo decente, la calidad y cantidad de salud y educación y las medidas orientadas a la sustentabilidad ambiental”, afirma el documento.

La declaración recomienda una serie de acciones, entre ellas la formación de una escuela ecuménica de gobernación, economía y gestión y el establecimiento de una comisión global impulsada por el movimiento ecuménico para avanzar con el trabajo de la Comisión de Expertos en Reformas del Sistema Monetario y Financiero internacional, presidido por Joseph Stiglitz.

Entre las iniciativas propuestas está afirmar los derechos de comunicación para fomentar el fortalecimiento de las comunidades para el desarrollo de alternativas a las actuales estructuras económicas y financieras.

Omega Bula de la Iglesia Unida de Canadá, que coordinó el grupo encargado de hacer el borrador, señala que la importancia de la declaración es que propone alternativas claras a los modelos existentes.

“Es fundamental tener algo con qué trabajar”, dijo. “Muchas veces nos desafían cuando nos quedamos en la crítica y nos preguntan qué pensamos que se debería hacer. Por eso, esta reunión es muy importante, porque proporciona estas alternativas”.

“Las propuestas más significativas, que el panel ecuménico deberá seguir de cerca, incluyen [...] reemplazar al Fondo Monetario Internacional con una nueva Organización Monetaria Internacional (IMO) democrática y una reserva internacional de moneda alternativa”, afirma Rogate Mshana, que lidera el programa del Consejo Mundial de Iglesias sobre Pobreza, Riqueza y Ecología.

El secretario general del CMM, Colin Cowan, destacó la diversidad de disciplinas presentes en la conferencia y el consenso al que se llegó. “Los resultados de esta conferencia sugieren que tenemos la buena voluntad y la audacia suficientes para participar en un proceso que enmiende los errores de una sociedad que enloqueció a raíz de la injusticia en la economía y en la tierra”.

Walter Altmann, moderador del comité central del CMI agregó: “Existe esta afinidad entre los individuos y las iglesias del Sur y del Norte precisamente porque la crisis financiera demostró una dinámica que afectó fuertemente la vida de las personas en todas partes”.

Pamela Brubaker, profesora emérita de religión en la Universidad Luterana de California, se siente inspirada por el documento final. “Tenemos un documento profético profundamente arraigado en nuestra concepción ecuménica de la fe cristiana. Hemos reunido todas nuestras perspectivas en pos de una economía de vida para todos”, señala.

“Quisiera considerar este día como el principio de una nueva era de acción”, declaró Setri Nyomi, secretario general de la CMIR, en el cierre de la conferencia. “Espero que el compromiso que logramos sea el primer paso hacia una economía que esté al servicio de la vida y que no sea la que el mundo ha utilizado hasta ahora”, agregó.



Ver también:
Comunicado de prensa 1 [enlace externo]
Comunicado de prensa 2 [enlace externo]



Ilustración: En la cena ecológica del Reino, de Maximino Cerezo Barredo

Seminario de ecumenismo en Lomas de Zamora

Compartimos la invitación de las comunidades de Lomas de Zamora.

9.º Seminario de Formación Ecuménica

25 y 26 de octubre, 19.30 h
Iglesia Metodista
(Alem 51, Lomas de Zamora)


Unidad de los cristianos: Balance, ¿Qué nos falta?
por José A. Amadeo, teólogo católico

Los cristianos... ¿todo en común?
por Gregory Venables, Obispo anglicano


La participación tiene un costo de $20, que incluye materiales y refrigerio.

Organiza: Consejo Ecuménico Zona Sur

15 de octubre de 2012

Enzo Bianchi: El fuego del Concilio arde todavía

Enzo Bianchi
Enzo Bianchi —prior del monasterio ecuménico de Bose, fundado el mismo día de la clausura del Concilio Vaticano II e íntimamente impregnado por el espíritu conciliar de diálogo, apertura y renovación— propone en estas líneas una mirada memoriosa y esperanzada del Concilio y su actualidad. Vale la pena leer con atención las palabras de este hombre comprometido en el largo —y a veces arduo— camino del acontecimiento conciliar y los cincuenta años de su recepción y puesta en práctica.


El fuego del Concilio arde todavía*


Los acontecimientos estrechamente ligados al Concilio Vaticano II —y simbólicamente representados por el conjunto de realizaciones, de todo el trabajo precedente y de su difusión universal— ocupan un período de siete años, desde el anuncio hecho por el Papa Juan XXIII el 25 de enero de 1959, a la solemne apertura el 11 de octubre de 1962, hasta la conclusión presidida por Pablo VI el 8 de diciembre de 1965. Esto hace que los aniversarios significativos se multipliquen y, con ellos, las ocasiones para hacer memoria de aquel evento eclesial definido por Juan Pablo II como «la mayor gracia del siglo XX», en cada una de las fechas marcadas por una especificidad propia. Entonces, en el 50 aniversario de la apertura del concilio que recordamos en estos días, valdría la pena detenerse a considerar sobre todo las expectativas y esperanzas suscitadas por aquella reunión, dejando la reflexión sobre los documentos conciliares en sí y su interpretación y recepción para otros aniversarios más apropiados.

¿Cómo ha vivido la Iglesia los casi cuatro años entre el anuncio del Concilio y su apertura? ¿Y cómo ha percibido el mundo —la sociedad, la naciones, las culturas, las otras confesiones cristianas, las diversas religiones...— la gestación de este acontecimiento? No se trata de emprender aquí un análisis histórico de aquel período, de todos modos debido, sino de buscar discernir los «signos» de aquellos tiempos, de una estación eclesial y mundial signada por la esperanza, por la voluntad de no recaer en el terror y el horror de las dos guerras mundiales, por el deseo de salirse de las garras de un mundo bipolar empeñado en la guerra fría.

Así habla de aquellos años el Papa Juan en su alocución Gaudet mater ecclesia: después del anuncio del concilio «se despertó en todo el mundo un enorme interés, y todos los hombres comenzaron a esperar con impaciencia la celebración del Concilio. En estos tres años se ha realizado un intenso trabajo para preparar el Concilio, con el propósito de indagar más fiel y ampliamente cuáles son en nuestra época las condiciones de la fe, de la práctica religiosa, de la incidencia de la comunidad cristiana y sobre todo católica. No sin razón este tiempo de preparación del Concilio nos ha parecido un primer signo y don de la gracia celestial». Es a partir de estas reacciones y de haber visto ponerse manos a la obra también a obispos, teólogos y pensadores hasta entonces tenidos al margen, cuando no hostigados al interior de la Iglesia, que el Papa puede llevar tranquilidad a todos frente la errónea visión de los «profetas de desgracias, dispuestos a anunciar siempre lo nefasto, como si el fin del mundo fuera inminente».

¿Ilusiones de un Papa visionario? ¿Entusiasmo excesivo ante los tiempos modernos y sus posibilidades? Sí, como decíamos, nos atenemos a aquellos años, no se puede negar que estas esperanzas, estas esperas, eran las de tantísimos hombres y mujeres de todo el mundo y de muchos cristianos y católicos de toda edad: era como si el Papa hubiera dado voz a los deseos no expresados, como si hubiera reavivado el fuego del evangelio que seguía latente bajo las cenizas, como si hubiera permitido que sople el viento del Espíritu capaz de despejar brumas y nubes: ¿cómo no volver a pensar en aquella noche mágica, emblemática, del 11 de octubre de 1962, cuando también la luna se liberó de la nube que la escondía y sonreía a la inmensa multitud que, con antorchas encendidas, escuchaba la inesperada palabra de un padre bueno que cuida de sus hijos hasta acariciarlos en su infancia?

Era convicción del Papa Juan que «iluminada por la luz de este Concilio —tal es nuestra firme esperanza— la Iglesia crecerá en espirituales riquezas y, al sacar de ellas fuerza para nuevas energías, mirará intrépida a lo futuro. En efecto, con oportunas “actualizaciones” y con un prudente ordenamiento de mutua colaboración, la Iglesia hará que los hombres, las familias, las naciones vuelvan realmente su espíritu hacia las realidades celestiales». Se ve en estas palabras la constante atención por un anuncio renovado en vigor y creíble de la «buena nueva», custodiada por la Iglesia no como patrimonio celoso, sino como don para la humanidad. Y, junto ello, la particular atención por los «hermanos separados» (como eran llamados entonces los cristianos de otras confesiones) y por aquel mundo hebraico del que el Papa Roncalli había sabido escuchar el grito y al que había ayudado en la hora de la prueba más dramática: la institución de un especial «Secretariado para la unidad de los cristianos», la apertura de la asamblea sinodal a observadores de otras confesiones, el constante cuidado de no seguir pensando sin los otros o —peor todavía— contra los otros, lograron que las expectativas del pueblo católico se encontraran con las de creyentes y no creyentes de todas las latitudes, en una época en la que de la globalización no existía ni siquiera el nombre.

Hoy, a cincuenta años de la apertura de aquel acontecimiento de Iglesia, se puede constatar que permanecen todavía muchos problemas urgentes, nuevos y antiguos, y no ha disminuido la necesidad de una palabra eclesial fiel a la tradición pero capaz de ser comprendida y experimentada hoy. Hay y habrá siempre necesidad de diálogo, de conversación entre iglesias situadas en contextos socio-políticos diferentes y herederas de culturas paradojalmente siempre más «mestizas» y al mismo tiempo globalizadas. En este sentido, hoy como entonces, es necesaria una Iglesia de comunión, en la cual la sinodalidad —es decir, la capacidad y la voluntad de caminar juntos, de hacer syn-odos [griego: camino en común], sínodo— se manifieste como la modalidad cotidiana porque todos son sujetos responsables, según el antiguo principio eclesial: «Sobre aquello que atañe a todos, todos deben ser escuchados». Se podrá decir que todavía queda mucho del Concilio por realizar: es inevitable, dado que aquella reunión quiso hacerse eco del evangelio y el evangelio está siempre muy lejos de ser realizado plenamente; pero aquello que hace cincuenta años se encendió como un fuego en el corazón de los creyentes por ahora arde y no parece que esté camino a apagarse.

Enzo Bianchi
prior del monasterio de Bose


* Il fuoco del Concilio arde ancora, artículo original publicado en La Stampa, 14 de octubre de 2012, y reproducido en el portal del Monastero di Bose. Traducción de D. Burgardt para uso privado. Leer el texto original [italiano, enlace externo].


Foto: Sandro Goldoni.

Servicio ecumenismo 2


«para que sean uno»
SERVICIO DE COMUNICACIÓN, DOCUMENTACIÓN Y RECURSOS

COMISIÓN DIOCESANA DE ECUMENISMO,
RELACIONES CON EL JUDAÍSMO, EL ISLAM Y LAS RELIGIONES
15 de octubre de 2012 - Nro. 2


• Unas palabras de presentación
• El Consejo Mundial de Iglesias celebra el 50 aniversario del Concilio Vaticano II
• El Patriarca de Constantinopla en la apertura del Año de la Fe
• El Arzobispo de Canterbury en el Sínodo de los Obispos: Nueva evangelización y contemplación
• Documentos: Testimonio cristiano en un mundo plural
• Para el día de todos los santos y santas: El «ecumenismo de la santidad»
• Para la agenda


Unas palabras de presentación

En la Constitución Apostólica con la que convocaba al Concilio Vaticano II, Juan XXIII escribía estas palabras programáticas: «En un tiempo de generosos y crecientes esfuerzos que en no pocas partes se hacen con el fin de rehacer aquella unidad visible de todos los cristianos que responda a los deseos del Redentor divino, es muy natural que el próximo Concilio aclare los principios doctrinales y dé los ejemplos de mutua caridad, que harán aún más vivo en los hermanos separaos el deseo del presagiado retorno a la unidad y le allanarán el camino» (Cons. Apost. Humanae salutis, 25 de diciembre de 1961, n. 7).

A cincuenta años de la apertura del Concilio, que celebramos con este Año de la Fe propuesto por Benedicto XVI, vale la pena recordar estas palabras que abrieron paso a lo que sin duda ha sido, en la Iglesia católica romana, el acontecimiento ecuménico por excelencia.

En el segundo envío de este humilde servicio ecuménico, queremos sumar algunos aportes para esta celebración que, como toda celebración, ha de empujarnos hacia adelante... sin prisas innecesarias, ciertamente, pero con decisión y con disponibilidad para realizar «aquello que el Espíritu dice a las iglesias» (Ap 2. 7, etc.). Encontrarán aquí palabras de representantes de distintas Iglesias y organismos ecuménicos con motivo del 50 aniversario del Concilio, un valioso documento para revisar nuestras prácticas misioneras, algunas propuestas para las celebraciones comunitarias del próximo mes... Esperamos que les sea de utilidad y que nos ayude a todas y todos a mantener vivo el compromiso por la unidad que, desde el comienzo, caracteriza a nuestra Diócesis.

Para terminar, permítanme agradecerles la buena acogida que dieron al primer envío. Desde ya les estaremos agradecidos por cualquier sugerencia, comentario, aporte o información que quieran hacernos llegar para los próximos.

Un saludo fraterno,

Damián Burgardt


El Consejo Mundial de Iglesias celebra el 50 aniversario del Concilio Vaticano II
Con una carta dirigida a los obispos reunidos en la Sínodo de la Nueva Evangelización, el secretario general del CMI, Pastor Dr. Olav Fykse Tveit, recordó la extraordinaria significación para el movimento ecuménico del Concilio Vaticano II y manifestó la gratitud del CMI por este don de Dios a cincuenta años de su apertura. Seguir leyendo.


El Patriarca de Constantinopla en la apertura del Año de la Fe 
Al término de la Misa de apertura del Año de la Fe, presidida por el Papa Benedicto XVI en Plaza San Pedro, el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, referente de las Iglesias ortodoxas, reconoció la importancia del Concilio Vaticano II en el camino hacia la plena unidad de los cristianos y celebró la convocatoria a conmemorar su 50 aniversario con un año dedicado a profundizar el contenido y el sentido de la fe que nos une. Seguir leyendo.


El Arzobispo de Canterbury en el Sínodo de los Obispos: Nueva evangelización y contemplación
El Arzobispo Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury y Primado de la Comunión Anglicana, dirigió el pasado miércoles, 10 de octubre, un mensaje a los Obispos reunidos en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización convocado por Benedicto XVI. En el primer mensaje de un Arzobispo de Canterbury en un Sínodo de los obispos de la Iglesia católica romana, el Dr. R. Williams destacó la importancia de la renovación eclesial impulsada por el Concilio Vaticano II y puso de manifiesto la íntima relación entre nueva evangelización y contemplación. Seguir leyendo.


Documentación: Testimonio cristiano en un mundo plural

Acaba de comenzar el Año de la Fe. Para celebrarlo, nuestro Padre Obispo Carlos ha convocado a una "Misión Diocesana para renovar la alegría de la fe". En este marco ponemos a disposición de las comunidades el documento: "El testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso", elaborado conjuntamente por el Consejo Mundial de Iglesias, el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y la Alianza Evangélica Mundial. Es un valioso aporte para reflexionar sobre nuestra práctica de la misión y el testimonio, y para revisar las actitudes que la animan. Seguir leyendo.


Para el día de todos los santos y santas: El «ecumenismo de la santidad»
El próximo jueves 1.ro de noviembre, las comunidades cristianas de Occidente celebraremos el día de todos los santos y santas. En el Año de la Fe, esta fiesta puede ser una buena ocasión para redescubrir la invitación de Juan Pablo II a hacer memoria de tantas y tantos testigos de la fe de todas las familias eclesiales que han pasado entre nosotros. Algunas reflexiones y recursos para la oración y la celebración se encuentran disponibles en nuestro blog. Seguir leyendo.


Para la agenda
• Domingo 28 de octubre: Oración al estilo de Taizé. De espíritu ecuménico y contemplativo, el espacio itinerante de la oración al estilo de Taizé ofrece un tiempo de quietud para rezar juntos. Más información.
• Miércoles 31 de octubre: Día de la Reforma. Nos unimos en la oración a nuestras hermanas y nuestros hermanos de las comunidades cristianas herederas de la Reforma del siglo XVI. Seguir leyendo.
• Jueves 1 de noviembre: Día de todos los santos y santas. Seguir leyendo.


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Comisión Diocesana de Ecumenismo,
Relaciones con el Judaísmo, el Islam y las Religiones
Diócesis de Quilmes
Para comunicarse con nosotros, escríbanos a: ecumenismo@obisquil.org.ar
El sitio web de la Comisión: http://unidadquilmes.blogspot.com

12 de octubre de 2012

Bartolomé I en la apertura del Año de la Fe: Continuar en el camino hacia la plena unidad

Bartolomé I y Benedicto XVI
en la apertura del Año de la Fe
Al término de la Misa de apertura del Año de la Fe, presidida por el Papa Benedicto XVI en Plaza San Pedro, el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, referente de las Iglesias Ortodoxas, reconoció la importancia del Concilio Vaticano II en el camino hacia la plena unidad de los cristianos y celebró la convocatoria a conmemorar su 50 aniversario con un año dedicado a profundizar el contenido y el sentido de la fe común.

«Hemos apreciado —enfatizó el Patriarca ecuménico— el esfuerzo gradual  para liberarse de las rigidas limitaciones académicas, la apertura del diálogo ecuménico, que ha conducidido a las reciprocas abrogaciones de las excomuniones del año 1054, al intercambio de felicitaciones, la restitución de reliquias, el inicio de dialogos importantes  y las visitas reciprocas a nuestras respectivas sedes».

Bartolomé I que, como «primero entre iguales» de las Iglesias ortodoxas, representa a unos 300 millones de cristianos, recordó ante el Papa que es importante seguir trabajando para alcanzar la unidad profundizando en las enseñanzas del Concilio. Bartolomé I considera que el Año de la Fe y el aniversario del Concilio Vaticano II son una buena ocasión para seguir acercándose unos a otros: «Por lo tanto la puerta debe permanecer abierta a una más profunda acogida, un mayor empeño pastoral y a una interpretación eclesial del Concilio Vaticano II siempre más profunda».

Finalmente, el Patriarca agradeció a Benedicto XVI la convocatoria del Año de la Fe: «Es la fe la que ofrece un signo evidente del camino que juntos hemos recorrido a lo largo del sendero de la reconciliación y de la unidad visible».


Algunos extractos de la intervención del Patriarca ecuménico Bartolomé I*


«Hace cincuenta años en esta plaza una celebración solemne y significativa arrebató el corazón y la mente de la Iglesia Católica Romana, llevándola a través de los siglos, hasta el mundo contemporáneo. La apertura del Concilio Vaticano II, piedra angular y transformadora, estuvo inspirada por el hecho fundamental de que el Hijo y el Logos encarnado de Dios está donde hay dos o tres reunidos en su nombre y de que el Espíritu que procede del Padre nos guiará hacia toda la verdad».

«En el curso de las últimas cinco décadas, los logros de esta asamblea han sido diversos, como demuestran una serie de constituciones, declaraciones y decretos importantes e influyentes. Hemos asistido a la renovación del espíritu y al “regreso a las fuentes” a través del estudio de la liturgia, la investigación bíblica y las enseñanzas patrísticas. Hemos apreciado el esfuerzo por liberarse gradualmente de la limitación del rígido escolasticismo para llegar a la apertura del encuentro ecuménico que ha desembocado en la revocación recíproca de las excomuniones del año 1054, el intercambio de saludos, la restitución de las reliquias, el inicio de diálogos importantes y las visitas recíprocas a las sedes respectivas».

«Nuestro camino no ha sido siempre fácil o exente de sufrimientos y desafíos (...) La teología fundamental y los temas principales del Concilio Vaticano II - el misterio de la Iglesia, la sacralidad de la liturgia y la autoridad del obispo- son difíciles de aplicar con esmero y su asimilación es una tarea que requiere una entera vida y la labor de toda la Iglesia».

«Prosiguiendo nuestro camino, damos gracias y alabamos al Dios vivo -Padre, Hijo y Espíritu Santo- porque la misma asamblea episcopal ha reconocido la importancia de la reflexión y del diálogo sincero entre nuestras “iglesias hermanas”. Nos unimos “en la espera que derrocado todo muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará una sola morada, cuya piedra angular es Cristo Jesús, que hará de las dos una sola cosa».

«Nuestra presencia aquí significa y sella nuestro compromiso de testimoniar juntos el mensaje de salvación y sanación para nuestros hermanos más pequeños: los pobres, los oprimidos, los olvidados en el mundo que Dios creó. Recemos por la paz y la salud de nuestros hermanos y hermanas cristianos que viven en Oriente Medio. En el torbellino de violencia, separación y división que se extiende cada vez más a los pueblos y las naciones, puedan servir de modelo para el mundo el amor y el deseo de armonía que aquí profesamos y la compresión que buscamos mediante el diálogo y el respeto mutuo. Y que la humanidad pueda tender la mano “al otro” y aunar sus esfuerzos para vencer el dolor de los pueblos en cualquier lugar, sobre todo por hambre, enfermedades, calamidades naturales y por la guerra que, al final, afecta a todas nuestras vidas».

«A la luz de cuanto tiene que hacer todavía la Iglesia en el mundo y, con gran aprecio por todo el progreso que hemos compartido, nos sentimos honrados de haber sido invitados a participar y -humildemente llamados a hablar- en esta solemne y gozosa conmemoración del Concilio Vaticano II. No es mera coincidencia que esta ocasión marque en vuestra Iglesia la inauguración del Año de la Fe, dado que la fe constituye una señal evidente del camino que hemos recorrido juntos a lo largo del sendero de la reconciliación y de la unidad visible».

Vatican Information Service, ed. en español, año XXII, núm. 183, 11.10.2012.


Leer la noticia y ver el video de la intervención en Rome Reports [enlace externo].

Foto: ©  Photographic Service L'Osservatore Romano

El Arzobispo de Canterbury en el Sínodo de los Obispos: Nueva evangelización y contemplación

Arzobispo Dr. Rowan Williams
El Arzobispo Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury y Primado de la Comunión Anglicana, dirigió el pasado miércoles, 10 de octubre, un mensaje a los Obispos reunidos en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización convocado por Benedicto XVI. En el primer mensaje de un Arzobispo de Canterbury en un Sínodo de los obispos de la Iglesia católica romana, el Dr. R. Williams destacó la importancia de la renovación eclesial impulsada por el Concilio Vaticano II y puso de manifiesto la íntima relación entre nueva evangelización y contemplación. Aquí el texto completo de su intervención.


Discurso del Arzobispo de Canterbury 
a la XIII Asamblea Ordinaria General 
del Sínodo de los Obispos
sobre la Nueva Evangelización

para la Transmisión de la Fe Cristiana

Su Santidad,
Reverendos Padres,
Hermanos y hermanas en Cristo,

Queridos amigos: Es para mi un honor haber sido invitado por el Santo Padre para hablar en esta asamblea: como dice el Salmista, ‘Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum’ [‘Vean qué bueno y qué agradable es que vivan los hermanos en unidad’]. La asamblea del Sínodo de los obispos para el bien del pueblo de Cristo es una de esas disciplinas que sostienen la salud de la Iglesia de Cristo. Hoy, en especial, no podemos olvidar la gran asamblea de ‘fratres in unum’ [‘hermanos en unidad’] que fue el Concilio Vaticano II, que hizo tanto por la salud de la Iglesia, ayudándola a recuperar mucha de la energía necesaria para la proclamación de la Buena Nueva de Jesucristo de un manera eficaz en nuestro tiempo. Para mucha gente de mi generación, incluso más allá de los límites de la Iglesia Católica Romana, el Concilio fue un signo de gran promesa, un signo de que la Iglesia era suficientemente fuerte para plantearse cuestiones difíciles en cuanto a su cultura y sus estructuras y si éstas eran las adecuadas para la tarea de compartir el Evangelio con la compleja, a menudo rebelde y siempre inquieta mente del mundo moderno.

El Concilio fue, en muchos aspectos, un redescubrimiento de la inquietud y pasión evangélica, centrada no sólo en la renovación de la propia vida de la Iglesia, sino también en su credibilidad en el mundo. Textos como Lumen gentium y Gaudium et spes ofrecieron una visión fresca y gozosa de cómo la inmutable realidad de Cristo vivo en su Cuerpo en la tierra, a través del don del Espíritu Santo, puede hablar con palabras nuevas a la sociedad de nuestro tiempo, e incluso a quienes pertenecen a otros credos. No es sorprendente que, cincuenta años después, sigamos debatiendo sobre algunas de las mismas cuestiones e implicaciones del Concilio. Y pienso que la preocupación de este Sínodo por la nueva evangelización es parte de esa exploración continua de la herencia del Concilio.

Pero uno de los aspectos más importantes de la teología, según el Vaticano II, era la renovación de la antropología cristiana. En lugar de la narración neoescolástica, a menudo tergiversada y artificial, sobre cómo la gracia y la naturaleza se relacionan en la constitución del ser humano, el Concilio amplió los importantes elementos de una teología que volvía a fuentes más tempranas y ricas: la teología de algunos genios espirituales como Henri de Lubac, quien nos recordó lo que significaba para el Cristianismo primitivo y medieval hablar de la humanidad hecha a imagen de Dios y de la gracia como la perfección y transfiguración de esa imagen, durante mucho tiempo revestida de nuestra habitual ‘inhumanidad’. Bajo esta luz, proclamar el Evangelio es proclamar que por lo menos es posible ser adecuadamente humano: la fe Católica y Cristiana es un ‘verdadero humanismo’, tomando una frase prestada de otro genio del siglo pasado, Jacques Maritain.

Sin embargo, Lubac es muy claro sobre lo que esto no significa. Nosotros no sustituimos la tarea evangélica por una campaña de ‘humanización’. ‘¿Humanizar antes de Cristianizar?’, pregunta él. ‘Si la empresa tiene éxito, el Cristianismo llegará muy tarde: le quitarán el puesto. ¿Y quién piensa que el Cristianismo no humaniza?’. Así escribe Lubac en su maravillosa colección de aforismos, Paradojas. Es la fe misma quien forma el trabajo de humanización y la empresa de humanización estaría vacía sin la definición de humanidad dada en el Segundo Adán. La evangelización, primitiva o nueva, debe estar enraizada en la profunda confianza de que poseemos un destino humano inconfundible para mostrar y compartir con el mundo. Hay muchas maneras de decirlo, pero en estas breves observaciones quiero concentrar un único aspecto en particular.

Ser completamente humano es ser recreado en la imagen de la humanidad de Cristo; y esta humanidad es la perfecta ‘traducción’ humana de la relación entre el Hijo eterno y el Padre eterno, una relación de amor y adorada entrega, un desbordamiento de vida hacia el Otro. Así, la humanidad en la que nos transformamos en el Espíritu, la humanidad que queremos compartir con el mundo como fruto de la labor redentora de Cristo, es una humanidad contemplativa. Edith Stein observó que empezamos a entender la teología cuando vemos a Dios como el “Primer Teólogo”, el primero que habla acerca de la realidad de la vida divina, porque ‘todas las palabras sobre Dios presuponen la propia palabra de Dios’. De forma análoga, podríamos decir que empezamos a comprender la contemplación cuando vemos a Dios como el primer contemplativo, el paradigma eterno de la desinteresada atención al otro que no trae la muerte, sino la vida a nuestro yo. Toda contemplación de Dios presupone el propio conocimiento gozoso y absorto en sí mismo de Dios, mirándose fijamente en la vida trinitaria.

Ser contemplativo, así como Cristo es contemplativo, es abrirse a toda la plenitud que el Padre desea verter en nuestros corazones. Con nuestras mentes sosegadas y preparadas a recibir, con nuestras auto-generadas fantasías sobre Dios y sobre nosotros acalladas, estamos por fin en el punto donde quizás empecemos a crecer. Y el rostro que necesitamos mostrar a nuestro mundo es el rostro de una humanidad en crecimiento infinito hacia el amor, una humanidad tan contenta y partícipe de la gloria hacia la que nos dirigimos que estamos dispuestos a embarcanos en un viaje sin fin, para encontrar nuestro camino más profundo en él, en el corazón de la vida trinitaria. San Pablo habla de cómo “con el rostro descubierto, reflejamos, ... la gloria del Señor” (2 Co 3, 18), transfigurados por un resplandor cada vez mayor. Este es el rostro que debemos esforzarnos por mostrar a nuestro prójimo.

Y debemos esforzarnos no porque estemos buscando alguna ‘experiencia religiosa’ privada que nos dé seguridad y nos haga más santos. Nos esforzamos porque en este olvidarse de uno mismo mirando fijamente hacia la luz de Dios en Cristo, aprendemos cómo mirarnos los unos a los otros, y a toda la creación de Dios. En la Iglesia primitiva había una comprensión clara de la necesidad de avanzar, desde una autocomprensión o autocontemplación instigada por la disciplina de nuestros ávidos instintos y ansias, hacia una ‘natural contemplación’ que percibía y veneraba la sabiduría de Dios en el orden del mundo, permitiéndonos ver la realidad creada por lo que realmente era a la vista de Dios - más de lo que era en el sentido de cómo podíamos usarla o dominarla. Y desde aquí, la gracia nos guiaría hacia la verdadera ‘teología’, mirando fija y silenciosamente a Dios, meta de todo nuestro discipulado.

En esta perspectiva, la contemplación está lejos de ser sólo un tipo de cosa que hacen los cristianos: es la clave para la oración, la liturgia, el arte y la ética, la clave para la esencia de una humanidad renovada capaz de ver al mundo y a otros sujetos del mundo con libertad - libertad de las costumbres egoístas y codiciosas, y de la comprensión distorsionada que de ellas proviene. Para explicarlo con audacia, la contemplación es la única y última respuesta al mundo irreal e insano que nuestros sistemas financieros, nuestra cultura de la publicidad y nuestras emociones caóticas e irreflexivas nos empujan a habitar. Aprender la práctica contemplativa es aprender lo que necesitamos para vivir de una manera verdadera, honesta y amorosa. Es una cuestión profundamente revolucionaria.

En su autobiografía, Thomas Merton describe una experiencia que le ocurrió poco después de entrar en el monasterio donde pasó el resto de su vida (Silencio elegido). Tenía la gripe y estuvo ingresado en la enfermería durante unos días y, dice, sintió una ‘alegría secreta’ por la oportunidad que este hecho le dio para rezar y ‘hacer todo lo que quería hacer, sin tener que correr por todo el lugar respondiendo a campanillas’. Está obligado a reconocer que su actitud revela que ‘todos mis malos hábitos... habían entrado subrepticiamente conmigo en el monasterio y habían recibido los hábitos religiosos conmigo: glotonería espiritual, sensualidad espiritual, orgullo espiritual’. En otras palabras, él intentaba vivir una vida cristiana con el bagaje emocional de alguien todavía profundamente desposado con la búsqueda de la satisfacción individual. Es un aviso poderoso: tenemos que tener cuidado que nuestra evangelización no sirva sencillamente como elemento de persuasión para que la gente le pida a Dios y a la vida del espíritu por los hechos dramáticos, excitantes o de autoadulación que tan a menudo satisfacen nuestra vida diaria. Esto fue expresado de forma más contundente hace algunas décadas por el estadounidense estudiante de religión Jacob Needleman, en un libro controvertido y desafiante titulado Cristianismo perdido: las palabras del Evangelio, dice, están dirigidas a los seres humanos que ‘ya no existen’. Es decir, responder, entregándose, a lo que el Evangelio pide de nosotros significa transformar completamente nuestro ser, nuestros sentimientos y nuestros pensamientos e imaginación. Convertirse a la fe no significa sencillamente adoptar un nuevo grupo de creencias, sino transformarse en una nueva persona, una persona en comunión con Dios y con otros a través de Jesucristo.

La contemplación es un elemento intrínseco de este proceso de transformación. Aprender a mirar a Dios sin tener en cuenta mi propia satisfacción inmediata, aprender a escrudiñar y relativizar las ansias y fantasías que surgen dentro de mi - esto es permitir a Dios ser Dios y, así, permitir que la oración de Cristo, la propia relación de Dios con Dios, entre viva dentro de mí. Invocar al Espíritu Santo es pedir a la tercera persona de la Trinidad que entre en mi espíritu y traiga la claridad que necesito para ver dónde soy esclavo de ansias y fantasías, para que me dé paciencia y sosiego mientras la luz y el amor de Dios penetran en mi vida interior. Sólo si esto empieza a suceder estaré liberado de tratar los dones de Dios como otro grupo de objetos que compro para ser feliz o para dominar a otros. Y mientras este proceso se desarrolla, soy más libre - tomando prestada una frase de San Agustín (Confesiones IV.7) - para ‘amar a los seres humanos de una manera humana’, amarles no por lo que me prometan a mi, amarles no porque me den seguridad y confort duradero, sino como mi prójimo frágil sostenido en el amor de Dios. Descubro entones (como hemos observado anteriormente) cómo debo mirar a las personas y a las cosas por lo que son en relación con Dios, no conmigo. Y es aquí donde la verdadera justicia, como el verdadero amor, tiene sus raíces.

El rostro humano que los cristianos quieren ofrecer al mundo es un rostro marcado por esta justicia y este amor y, por tanto, un rostro formado en la contemplación, en la disciplina del silencio y en la separación de los objetos que nos esclavizan y de los instintos irracionales que nos decepcionan. Si la evangelización es una cuestión de mostrar al mundo el rostro humano ‘revelado’ que refleja el rostro del Hijo vuelto hacia el Padre, debe llevar en él el compromiso serio de fomentar y nutrir la oración y la práctica. No es necesario decir que esto no quiere en absoluto discutir que esta transformación ‘interna’ es más importante que la acción por la justicia; más bien quiere insistir en el hecho de que la claridad y la energía que necesitamos para llevar adelante la justicia requiere que demos espacio a la verdad, para que la realidad de Dios la atraviese. De lo contrario, nuestra búsqueda de la justicia o de la paz se convierte en otro ejercicio de voluntad humana, socavada por la autodecepción humana. Las dos llamadas son inseparables: la llamada a la ‘oración y la recta acción’, como dijo el mártir protestante Dietrich Bonhoeffer, escribiendo desde su celda en la cárcel en 1944. La verdadera oración purifica el motivo, la verdadera justicia es el trabajo necesario para compartir y liberar en otros la humanidad que hemos descubierto en nuestro encuentro contemplativo.

Los que saben poco y se preocupan aún menos de las instituciones y jerarquías de la Iglesia, estos días se encuentran a menudo atraídos y retados por vidas que muestran algo de esto. Son las comunidades nuevas y renovadas las que de manera más eficaz llegan a aquellos que nunca han creído o que han abandonado la fe por vacía o añeja. Cuando se escribe la historia cristiana de nuestro tiempo, en referencia a Europa y América del Norte especialmente, pero no sólo, vemos cuán central y vital ha sido el testimonio de lugares como Taizé o Bose, pero también el de otras comunidades más tradicionales, transformadas en centros para la exploración de una humanidad más amplia y profunda de lo que fomentan los hábitos sociales. Y las grandes redes de espiritualidad, como San Egidio, los Focolares, Comunión y Liberación, muestran también el mismo fenómeno: crean espacios para una visión humana más profunda porque todos ellos, de varias maneras, ofrecen una disciplina de vida personal y comunitaria que hace que la realidad de Jesús entre viva en nosotros.

Y, como muestran estos ejemplos, la atracción y el reto de los que estamos hablando pueden crear compromisos y entusiasmos que crucen las líneas confesionales históricas. Nos hemos acostumbrado a hablar en estos días sobre la importancia vital del ‘ecumenismo espiritual’: pero ésta no debe ser una cuestión que, de alguna manera, se oponga a lo espiritual y lo institucional, y no debe reemplazar los compromisos específicos con un sentido general de sentimiento común cristiano. Si tenemos una descripción sólida y rica de lo que la palabra ‘espiritual’ en sí misma significa, enraizada en los contenidos bíblicos como los del pasaje de la Segunda Epístola a los Corintios mencionada antes, entenderemos el ecumenismo espiritual como la búsqueda compartida para nutrir y sostener las disciplinas contemplativas con la esperanza de revelar el rostro de una nueva humanidad. Y cuanto más separados estemos como cristianos de distintas confesiones, menos convincente será ese rostro. He mencionado el movimiento de los Focolares hace un momento: Ustedes se acordarán de que el imperativo básico en la espiritualidad de Chiara Lubich era ‘haceros uno’ - uno con Cristo Crucificado y abandonado, uno a través de Él con el Padre, uno con todos los llamados a esta unidad y, por tanto, uno con los más necesitados del mundo. ‘Los que viven en unidad... viven haciendo que ellos mismos penetren más en Dios. Crecen siempre más cercanos a Dios... y lo más cercano que están de Él, lo más cerca que están de los corazones de sus hermanos y hermanas’ (Chiara Lubich: Escritos esenciales). El hábito contemplativo elimina una desatenta superioridad hacia otros creyentes bautizados y la suposición de que no tengo que aprender nada de ellos. En la medida en que el hábito de la contemplación nos ayuda a acercanos a esta experiencia como a un don, siempre nos preguntaremos qué es lo que el hermano o hermana puede compartir con nosotros - incluso el hermano o hermana que de alguna manera está separado de nosotros o de lo que suponemos que es la plenitud en la comunión. ‘Quam bonum et quam jucundum...’.

En práctica, esto puede sugerir que, allí donde se lleven a cabo iniciativas para alcanzar con nuevos medios a un público cristiano no practicante o post-cristiano, debe realizarse un trabajo serio sobre cómo este alcance se puede enraizar en una práctica contemplativa, compartida ecuménicamente. Además del modo sorprendente con el que Taizé ha desarrollado una ‘cultura’ litúrgica internacional accesible a una gran variedad de personas, una red como la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana, con sus fuertes raíces y afiliaciones benedictinas, ha traído nuevas posibilidades. Y lo que es más, esta comunidad ha trabajado con ahínco para crear una práctica contemplativa accesible a los niños y a los jóvenes, y ello necesita el mayor impulso posible. Habiendo visto de cerca - en escuelas anglicanas de Inglaterra - el modo caluroso con que los niños responden a la invitación ofrecida por la meditación en esta tradición, creo que su potencial para introducir a la gente joven en la profundidad de nuestra fe es verdaderamente muy grande. Y para quienes se han alejado de la práctica regular de la fe sacramental, los ritmos y las prácticas de Taizé o de la CMMC (WCCM sus siglas en inglés) son a menudo un camino de regreso al corazón y al hogar sacramental.

Gente de todas las edades reconoce en estás prácticas la posibilidad, bastante sencilla, de vivir más humanamente - vivir con una codicia menos frenética, vivir con espacio para el sosiego, vivir esperando aprender y, sobre todo, vivir con la conciencia de que hay un gozo sólido y perdurable pendiente de ser descubierto en las disciplinas en las que olvidamos nuestro propio yo, bastante distintas de la gratificación que viene de éste o aquel impulso del momento. A menos que nuestra evangelización abra la puerta a todo esto, corremos el riesgo de intentar sostener la fe basándonos en una serie inmutable de hábitos humanos - con el consiguiente resultado demasiado familiar de la Iglesia vista como una más de las instituciones puramente humanas, ansiosas, ocupadas, competitivas y controladoras. En un sentido muy importante, una verdadera tarea evangelizadora será siempre también una re-evangelización de nosotros mismos como cristianos, un redescubrir por qué nuestra fe es diferente, pues transfigura, y un recuperar nuestra propia humanidad.

Y, por supuesto, sucede de manera más eficaz cuando no estamos planificando o luchando por ella. Volviendo de nuevo a Lubac: ‘Aquel que responderá mejor a las necesidades de su tiempo será alguien que no habrá tratado de responder a ellas primero’ (op.cit.). Y ‘el hombre que busca sinceridad en lugar de buscar la verdad en el olvido de sí mismo, es como el hombre que quiere estar distante en lugar de abandonarse completamente al amor’ (op.cit.). El enemigo de la proclamación del Evangelio es la autoconciencia y, por definición, no podemos superarlo siendo más conscientes de nosotros mismos. Debemos volver a San Pablo y preguntarnos: ‘¿Qué buscamos?’ ¿Miramos con ansiedad los problemas actuales, la variedad de infidelidades o la amenaza a la fe y la moralidad, la debilidad de la institución? ¿O buscamos a Jesús, el rostro revelado de la imagen de Dios, a la luz del cual vemos la imagen de nuevo reflejada en nosotros y en nuestro vecinos?

Esto nos recuerda sencillamente que la evangelización es siempre el desbordamiento de otra cosa: el viaje del discípulo hacia la madurez en Cristo; un viaje que no está organizado por un ego ambicioso, sino que es el resultado de la insistencia y de la atracción del Espíritu en nosotros. En nuestras deliberaciones sobre cómo hay que hacer para que el Evangelio de Cristo sea de nuevo apasionadamente atractivo para los hombres y mujeres de nuestros días, espero que nunca perdamos de vista qué es lo que hace que sea apasionante para nosotros, para cada uno de nosotros en nuestros diferentes ministerios. Les deseo alegría en estos debates, no sólo claridad o eficacia en la planificación, sino gozo en la promesa de la visión del rostro de Cristo y en el anuncio de esa plenitud en la alegría de la comunión uno con el otro, aquí y ahora.

©  Rowan Williams 2012


Leer la noticia y el texto original del mensaje [en inglés, enlace externo].

11 de octubre de 2012

Para el día de todos los santos y santas: El «ecumenismo de la santidad»

Catedral de Los Ángeles, EE.UU., tapices de J. Nava, santas y santos de todos los tiempos, lugares y culturas

El «ecumenismo de la santidad»


En su Carta Apostólica Mientras se aproxima el tercer milenio, de 1994, Juan Pablo II llamaba a las iglesias locales a mantener viva la memoria de las y los testigos de Cristo en medio de ellas. Y agregaba: «Esto ha de tener un sentido y una elocuencia ecuménica. El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum [comunión de los santos] habla con una voz más fuerte que los elementos de división» (n. 37). La tarea consistía, y sigue consistiendo, en forjar un verdadero «martirologio ecuménico», el reconocimiento de la gracia de Cristo en el testimonio de hombres y mujeres de nuestro tiempo, de todos los lugares de la tierra y todos los estados de vida y, sobre todo, provenientes de la gran diversidad de Iglesias y Comunidades cristianas.

Un año después, reiteraba esa misma invitación en su Carta encíclica sobre el ecumenismo, Que todos sean uno (1995). El Papa decía:
«Si nos ponemos ante Dios, nosotros cristianos tenemos ya un Martirologio común. Este incluye también a los mártires de nuestro siglo, más numerosos de lo que se piensa, y muestra cómo, en un nivel profundo, Dios mantiene entre los bautizados la comunión en la exigencia suprema de la fe, manifestada con el sacrifico de su vida. (...) La comunión aún no plena de nuestras comunidades está en verdad cimentada sólidamente, si bien de modo invisible, en la comunión plena de los santos, es decir, de aquéllos que al final de una existencia fiel a la gracia están en comunión con Cristo glorioso. Estos santos proceden de todas las Iglesias y Comunidades eclesiales, que les abrieron la entrada en la comunión de la salvación.
Cuando se habla de un patrimonio común se debe incluir en él no sólo las instituciones, los ritos, los medios de salvación, las tradiciones que todas las comunidades han conservado y por las cuales han sido modeladas, sino en primer lugar y ante todo esta realidad de la santidad.
En la irradiación que emana del “patrimonio de los santos” pertenecientes a todas las Comunidades, el “diálogo de conversión” hacia la unidad plena y visible aparece entonces bajo una luz de esperanza. En efecto, esta presencia universal de los santos prueba la trascendencia del poder del Espíritu. Ella es signo y testimonio de la victoria de Dios sobre las fuerzas del mal que dividen la humanidad. Como cantan las liturgias, “al coronar sus méritos [tú, Señor] coronas tu propia obra”.
Donde existe la voluntad sincera de seguir a Cristo, el Espíritu infunde con frecuencia su gracia en formas diversas de las ordinarias. La experiencia ecuménica nos ha permitido comprenderlo mejor. Si en el espacio espiritual interior que he descrito las comunidades saben verdaderamente “convertirse” a la búsqueda de la comunión plena y visible, Dios hará por ellas lo que ha hecho por sus santos. Hará superar los obstáculos heredados del pasado y las guiará, por sus caminos, a donde El quiere: a la koinonia [la comunión] visible que al mismo tiempo es alabanza de su gloria y servicio a su designio de salvación» (n. 84).

Algunas propuestas para el día de todos los santos y santas


Esta invitación todavía hoy sigue siendo vigente. El día de todos los santos y santas —más aún en este Año de la Fe— puede ser una buena ocasión para recordar la llamada la santidad, común a todos los bautizados y todas las bautizadas. Sería también una buena ocasión para hacer memoria de tantas y tantos testigos de la fe de nuestras comunidades o de otras familias eclesiales. Podríamos, incluso, nombrar a algunos de ellos:

Juan XXIII y Pablo VI, los «Papas del Vaticano II», cuyo ministerio ha sido decisivo para la participación de la Iglesia católica romana en el movimiento ecuménico contemporáneo.

José Míguez Bonino (1924-2012), teólogo y pastor metodista argentino, recientemente fallecido, profundamente comprometido con la tarea ecuménica (vice-presidente del CMI, 1975-1983; único observador protestante latinoamericano), con la vida de nuestros pueblos empobrecidos de la América Latina y con la defensa de los Derechos Humanos.

• Los diez mártires del siglo XX cuyas imágenes fueron incorporadas en la fachada de la Abadía de Westminster, lugar ícono de la Comunión Anglicana, en 1998; entre ellos: Madre Isabel de Rusia (1864-1918, religiosa en la Iglesia Ortodoxa Rusa, abandonó sus honores y riquezas familiares para dedicarse a los más necesitados, mártir), Manche Masemola (Sudáfrica 1913-1928, catecúmena en la Iglesia Anglicana, víctima de intolerancia religiosa, mártir), Martin Luther King (Estados Unidos 1929-1968, pastor en la iglesia bautista, líder pacifista y reformador social, mártir), Dietrich Bonhoeffer (Alemania 1906- 1945, pastor y teólogo luterano, activo en la resistencia al nazismo, mártir) y Óscar Arnulfo Romero (El Salvador 1917-1980, obispo católico romano, defensor de los pobres e indefensos, mártir).

Algunas comunidades han incluido en sus libros litúrgicos la memoria de estas y otras personas. Algunas, incluso, incorporan por primera vez una «letanía de santos y santas» verdaderamente ecuménica. Conocerlas y, eventualmente, usarlas en alguna celebración podría enriquecer la fiesta del 1.ro de noviembre. Les proponemos, a modo de ejemplo, una letanía de origen luterano y otra utilizada en el monasterio ecuménico de Bose, en Italia. El documento se puede leer y descargar siguiendo este enlace [formato rtf para facilitar la adaptación local; enlace externo].

Día de la Reforma


El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clava en las puertas de la iglesia de Wittenberg, Alemania, una propuesta para debatir la doctrina y práctica eclesial sobre las indulgencias, sus célebres «95 tesis». Con el paso del tiempo y en vista del desarrollo posterior de los acontecimientos, esta fecha pasó a ser un símbolo de la Reforma del siglo XVI no sólo entre luteranos sino también en otras comunidades herederas o adherentes al movimiento de renovación eclesial iniciado entonces.

En este día, las y los miembros de la iglesia católico romano podríamos unirnos en la oración a nuestras hermanas y nuestros hermanos de estas Iglesias y Comunidades cristianas (cf. W. Kasper, Ecumenismo espiritual. Una guía práctica, Estella [Navarra] 2007, n. 44). Algunas sugerencias para esta oración podrían incluir:

• Damos gracias por los «bienes auténticamente cristianos» presentes en sus comunidades (Conc. Vat. II, Decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, nn. 4, 19-23): el testimonio de su fe en Cristo, único Señor y Mediador, y en el Dios trinitario; su amor y veneración por las Escrituras; su confianza en el don de la gracia y su respuesta expresada en una vida modelada por el evangelio...
• Damos gracias por todos los pasos de encuentro, oración y diálogo, tanto a nivel mundial como entre nosotros. Celebramos la gracia del acercamiento mutuo, los acuerdos doctrinales, la unidad en el compromiso y la misión común, la oración compartida.
• Rezamos para que el Espíritu nos guíe a todas y todos hacia la plenitud de unidad que Cristo quiere, por los caminos que Cristo quiera: el don de un único bautismo es ya inicio y estímulo de esa comunión.

El Consejo Mundial de Iglesias celebra el 50 aniversario del Concilio Vaticano II


[Noticias del CMI, 11.10.12, traducción de nuestra Comisión Diocesana; leer el original en inglés aquí.]

Pastor Dr. Olav Fykse Tveit
“Hemos recorrido un largo camino en estos cincuenta años”, manifestó el Rev. Dr. Olav Fykse Tveit en un mensaje a la asamblea general de obispos de la Iglesia católica romana, reunidos en ocasión del aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II por el Papa Juan XXIII el 11 de octubre de 2012.

El saludo del Dr. Tveit, secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), fue entregado en Roma por el Arzobispo y Metropolita Dr. Nifon de Targoviste, un miembro ortodoxo del Comité Central del CMI y co-moderador del Grupo de Trabajo conjunto de la Iglesia católica romana y el CMI.

“Recordamos el Concilio Vaticano II como un momento extraordinario de renovación evangélica”, escribió Tveit. El mismo describió la acogida sin precedentes en el Vaticano II de observadores procedentes de confesiones doctrinales diversas como “un signo remarcable de apertura a cristianos de otras tradiciones” y como una afirmación de que “la unidad es un don de vida, dado en el cuerpo de Cristo en el que todos nos necesitamos mutuamente”.

“Trabajar por la unidad de la Iglesia —continúo— es trabajar por la unidad de toda vida, y reconocer y celebrar la diversidad de vida dada por Dios, en las muchas culturas, contextos y lenguas. Como cuerpo de Cristo, la Iglesia está en solidaridad con toda la humanidad y con toda la creación, orando para ser guiada por Dios hacia la justicia y paz”.




Foto: © Nikos Kosmidis / CMI

Documentos: Testimonio cristiano en un mundo plural


Acaba de comenzar el Año de la Fe, propuesto por el Papa Benedicto XVI, a cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, acontecimiento ecuménico por excelencia en la Iglesia católico romana del siglo XX. Para celebrar este Año, nuestro Padre Obispo Carlos ha convocado a una Misión diocesana para renovar la alegría de la fe.

En este marco, ponemos a disposición de todas las comunidades un valioso documento sobre el testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso. Fue presentado a comienzos del año pasado conjuntamente por el Consejo Mundial de Iglesias, el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y la Alianza Evangélica Mundial. El texto íntegro está disponible aquí [formato pdf, enlace externo].

Fruto de un diálogo de más de cinco años, el documento comienza reconociendo que: «La misión forma parte del propio ser de la iglesia. Proclamar la palabra de Dios y dar testimonio al mundo es esencial para todos los cristianos. Al mismo tiempo, es necesario seguir los principios evangélicos, en el pleno respeto y amor por todos los seres humanos» (Preámbulo). A su vez, vivimos un mundo de pluralismo religioso: en algunas sociedades las iglesias cristianas constituyen una minoría religiosa; pero incluso en sociedades que tradicionalmente han sido mayoritariamente cristianas, se multiplican hoy las búsquedas y propuestas religiosas o espirituales. Ciertamente el nuevo contexto presenta nuevos desafíos para la misión. «El objetivo del presente documento —sigue señalando el Preámbulo— es estimular a las iglesias, los consejos de iglesias y los organismos misioneros a reflexionar sobre sus prácticas actuales, y a hacer uso de las recomendaciones que figuran en este documento para formular, si fuera preciso, las directrices que consideren idóneas para su testimonio y misión entre los creyentes de diferentes religiones y entre quienes no profesan ninguna religión. Esperamos que los cristianos en todo el mundo estudien este documento a la luz de sus prácticas a la hora de dar testimonio de su fe en Cristo, de palabra y obra» (énfasis nuestro).

Un aspecto que añade importancia al documento es que ha sido elaborado, firmado y propuesto conjuntamente por tres grandes «representaciones» de todas las Iglesias y Comunidades cristianas. Conocemos bien el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, organismo de la Santa Sede y en este sentido representación de las comunidades católico romanas del mundo entero. El Consejo Mundial de Iglesias es una fraternidad de 349 iglesias, denominaciones y comunidades de iglesias presentes en más de 110 países y territorios de todo el mundo, que representan más de 560 millones de cristianos, incluidas la mayoría de las iglesias ortodoxas, gran cantidad de iglesias anglicanas, bautistas, luteranas, metodistas y reformadas, así como muchas iglesias unidas e independientes. La Alianza Evangélica Mundial se define como un «ministerio global», una red de iglesias en 129 naciones y unas cien organizaciones internacionales, que representan a más de 600 millones de cristianos evangélicos el mundo entero, incluyendo mayormente a muchas iglesias del movimiento pentecostal que no participan de otros organismos ecuménicos.

El documento, además, ha sido reconocido y oficialmente adoptado por numerosas Iglesias y Comunidades del mundo entero.

Consejo Mundial de Iglesias, Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y Alianza Evangélica Mundial: Testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso. Recomendaciones sobre la práctica del testimonio.

Leer o descargar siguiendo este enlace [formato pdf, enlace externo].


Si no puede acceder al documento, por favor contáctese con nosotros:
ecumenismo@obisquil.org.ar